El Reino de Dios crece en nosotros como la semilla en la tierra

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    Jesús está en plena vida pública, explicándonos cómo es el Reino de Dios, que él ha venido a instaurar en nuestro mundo y, como el mejor de los pedagogos, lo hace con imágenes que nosotros entendamos.

    En el pasaje del evangelio de San Marcos de este domingo, el Señor nos explica el Reino de Dios por medio de dos comparaciones. Se parece el reino de Dios a una semilla que el hombre siembra en la tierra. La semilla puesta en la tierra germina y crece de noche y de día hasta llegar a dar fruto.

    También compara y nos explica el Reino de Dios con un grano de mostaza que, siendo la más pequeña de las semillas cuando se siembra, crece más que las demás semillas hasta convertirse en un árbol capaz de cobijarse en él las aves del cielo.

    El Señor ha depositado en nosotros la semilla del Reino y espera que germine, que crezca y dé su fruto.
    Para ello es necesario que seamos tierra buena, que acoge la semilla y crea las condiciones necesarias para que dicha semilla se desarrolle y dé su fruto.

    Es Dios el que pone la semilla de la fe en el corazón del hombre y este debe hacerla crecer, con su esfuerzo por vivir las exigencias de la fe, creando en su vida las condiciones que hagan posible que esa semilla que Él, el Señor, ha depositado en su corazón, crezca cada día hasta convertirse en la motivación más importante de su vida, desde la que ordena y vive toda la misma.

    Es necesario que la semilla esté en contacto con la tierra para que germine, crezca y dé su fruto.
    La semilla es la Palabra proclamada, escuchada y vivida por nosotros. La tierra es el corazón del ser humano, que la acoge y crea las condiciones necesaria para que pueda germinar, crecer y dar fruto.

    Esto quiere decir que nos tenemos que preguntar muchas veces en nuestra vida qué clase de tierra somos, cómo acogemos la palabra de Dios —la semilla— que Dios deposita en nuestro corazón, cómo la cuidamos y cultivamos para que crezca y de su fruto verdadero.

    El Señor, el día de nuestro bautismo puso en nuestro corazón la semilla de la fe, nos da su palabra y sus sacramentos para que la alimentemos. Nos ofrece la palabra y el testimonio de los nuestros que nos animan a vivir desde la exigencia de su palabra, de tal manera que nuestra fe vaya madurando y dando su fruto.

    Cada uno de nosotros conocemos nuestra fe, el crecimiento que ella ha tenido en nosotros, los frutos que estamos produciendo. Sabemos el puesto que Dios ocupa en nuestra vida y lo que nos preocupa el crecimiento y la vivencia de la fe. Sabemos que hemos crecido en edad y en estatura, pero ¿hemos crecido igualmente en nuestra fe o somos una especie de monstruos, que madurando en edad y como personas, sin embargo nos hemos quedado con una fe infantil, porque nos han importado y nos importan otros intereses distintos de los de Dios, porque seguimos las llamadas que el mundo y la sociedad no hacen y no las que recibimos desde Dios y desde nuestra fe?

    Hoy necesitamos darle gracias al Señor por la semilla de su Palabra que un día sembró en nuestro corazón, pero vamos a pedirle también, porque sentimos que no ha crecido lo suficiente para dar verdaderos frutos, que nos ayude a que seamos buena tierra que favorezca el crecimiento de su palabra en nosotros y podamos dar verdadero fruto.

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