Jesús, el ungido de Dios

Es el mismo Cristo el que lo dice de sí en la sinagoga donde ha leído al profeta Isaías en el pasaje que dice: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor» (Is 61, 1). Y Jesús añadió: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Jesús es el ungido de Dios. Ha sido enviado por el Padre para manifestar a los hombres la verdad más importante de la fe: La identidad de Dios, que Dios es el mejor de los padres que podemos pensar: un Padre lleno de amor y misericordia para con los hombres, capaz de compadecerse de nuestras miserias y pecados.
Jesús es el ungido, el Hijo de Dios que viene a traernos la salvación a los hombres, rescatándonos de nuestro pecado, no a precio de oro ni de plata, sino a precio de su misma sangre derramada por nosotros. Por eso, en el momento de la trasfiguración de Jesús a los discípulos aparece la voz del Padre que nos lo presenta como su Hijo amado: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3, 17).
Jesús, el ungido por el espíritu del Padre, hace participes a los hombres de su unción en el bautismo convirtiéndonos en  hijos de Dios, para que vivamos como tales y comuniquemos nuestra unción a los demás constituyéndonos testigos suyos en medio del mundo.
Doble es, por tanto, la misión que comporta la unción por el Espíritu de la que nos hace partícipes el ungido de Dios, el predilecto: que nuestra vida la vivamos desde los compromisos bautismales, encarnando en nosotros el estilo de vida de Jesús y teniendo predilección por los que Él la tuvo en la vida: por los pobres, los enfermos, los presos, los desahuciados de la sociedad.

Somos ungidos por el Espíritu para que seamos testigos de nuestro Señor y de nuestra fe en él

Nosotros hemos de ser conscientes de nuestra unción, de lo que ella significa en nosotros y a lo que nos compromete, para que también podamos decir cuando escuchamos esta Palabra del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres». Que también nosotros podamos decir,  porque lo vivamos de la misma forma, lo que Él: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Somos ungidos para ungir a los demás, para contagiar a los demás de esta unción y que ellos puedan vivir lo que el Espíritu les pide y sean de verdad hijos de Dios que le aman y cumplen la misión que la unción les ha trasmitido.
Sintiéndonos auténticamente ungidos por el Espíritu para la doble misión de vivir según el modelo del ungido de Dios y ser sus testigos en el mundo para los demás, pongamos todas nuestras fuerzas en cumplirlas y ser así nosotros también los ungidos por el Señor, que con nuestra unción unjamos a otros y les sirvamos de testigos valientes que hagan realidad la misión para la que han sido elegidos y enviados.

+ Gerardo
 
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