El peligro de las riquezas

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    El dinero, lo material, las riquezas siempre han sido un peligro para el ser humano, pues se cae en el engaño de que cuanto más dinero, más medios materiales y más riquezas, más feliz se va a ser en la vida, cuando realmente se trata de bienes efímeros, que pasan y no dan la felicidad.

    Jesús previene al cristiano del peligro de las riquezas, porque sin darnos cuenta podemos hacer de ellas el dios al que servimos y olvidarnos del verdadero Dios al que debemos amar y seguir.

    Hoy existen muchas personas cuyo único móvil de su vida es lo material, es el dinero y la producción y es lo único que se pregunta ante una acción determinada ¿Cuánto me va  producir esto? Y si el fruto de una acción determinada no se puede concretar en una renta determinada, no les interesa.

    Jesús, como el mejor de los pedagogos, para que entendamos el mensaje que nos quiere transmitir, nos pone un caso bien concreto, un ejemplo que podemos encontrar encarnado en tantas personas que han hecho su objetivo más importante de la vida el acumular, el luchar por tener más, como si en ello consistiera la verdadera felicidad.

    Jesús nos hace caer en la cuenta del engaño en el que nos mete razonar solo desde la riqueza y hacer planes desde ahí, porque no estamos seguros de tener tiempo para poder disfrutar de ello, porque nos dice: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado? Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».

    El afán de tener y tener más no nos lleva más que al egoísmo y a sustituir al verdadero Dios por el dios dinero para, al final, no lograr ser nunca felices

    La verdadera riqueza es aquella que conseguimos ante Dios, cuando nos servimos de los medios materiales para compartir con los demás, para hacer felices a otras personas. El resto de las riquezas es de necios.
    Todos conocemos a algunas personas que se han pasado la vida ahorrando, acumulando, no sintiéndose satisfechos con lo que tenían, sino queriendo tener mucho más. Personas que se han quedado solteras para no compartir su riqueza con nadie, personas que han reñido con toda la familia y no se hablan con ellos por una cuestión de una herencia, personas que todo el mundo se pregunta «¿y para que querrá tanto, si no tiene ni hijos, ni lo va a dar a nadie» Personas que vemos morir en la más estricta soledad porque no tienen ni amigos, porque en la vida han sido unos auténticos usureros que solo han pensado en su dinero y en cómo hacer crecer su cartilla del banco?

    ¿Cuándo se muera se lo va a llevar con él o más bien ha estado toda la vida sin disfrutar y viviendo solo para su dinero, y al final no se va a llevar nada ni va a saber para quien ha estado acumulando?

    Nuestros bienes materiales son necesarios, ciertamente para vivir, pero el afán de tener y tener más no nos lleva más que al egoísmo y a sustituir al verdadero Dios por el dios dinero para, al final, no lograr ser nunca felices.

    Compartamos con los que lo necesitan y, aquello de lo que nos desprendemos para ayudar a los demás, nos dará un lugar importante en la otra vida junto a Dios

    Pongamos a Dios en el lugar que le debe corresponder en nuestra vida, que siempre debe ser el más importante; y el dinero en el lugar que le debe corresponder, que debe estar siempre al servicio del bienestar de las personas, pero nunca para acumular y acumular sin saber ni para qué ni para quién.

    Compartamos con los que lo necesitan y, aquello de lo que nos desprendemos para ayudar a los demás, nos dará un lugar importante en la otra vida junto a Dios, porque al final el Señor nos dirá: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber [...] Venid vosotros, benditos de mi Padre»; o «porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber [...]. Id al fuego eterno».

    De nosotros depende: ser ricos para nosotros o ser ricos ante Dios.

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