Juan el Bautista y María, dos modelos claros del Adviento

Elementos relacionados

El evangelio de este do­mingo y la solemnidad de la Inmaculada Con­cepción nos presentan a dos personajes centrales del Adviento: Juan el Bautista y Ma­ría.

Ellos son dos personajes centra­les del Adviento porque nadie como ellos preparó la llegada del salva­dor.

Juan el Bautista es el precursor del salvador, el hombre elegido por Dios para anunciar que la llegada de su Hijo está cerca, que es inminente y para urgir a los hombres, al pueblo de Israel, a prepararse, a enderezar todo cuanto haya torcido en sus vi­das, a quitar de la vida el pecado y vivir de acuerdo con lo que va a su­poner la llegada del salvador.

Él es aquel de quien había predi­cho el profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: Preparad el ca­mino del Señor».

María es la encarnación de lo que Juan predica. Ella es la elegida de Dios para ser su madre, la que va a hacer posible que Cristo se haga presente y se encarne para que se realice el plan de salvación que Dios tiene para salvar al mundo de su pe­cado.

Ella es el primer fruto excelente de este plan salvífico de Dios sobre los hombres. María, en previsión de los méritos de Cristo, fue preserva­da de toda mancha de pecado ori­ginal desde el primer instante de su concepción.

Ella es el primer fruto excelente de este plan salvífico de Dios sobre los hombres


En un mundo pecador, la gracia divina ha hecho surgir a María como una criatura absolutamente pura y limpia de pecado.

El plan del Padre de enviar a su Hijo a la humanidad exigía, para la mujer destinada a llevarlo en su seno, una perfecta santidad que fue­se reflejo de la santidad divina. «Pu­rísima había de ser, la que trajera al mundo al Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo» rezare­mos en el prefacio de esta eucaristía

La preservación del pecado en María es obra solo de la gracia, pues no había en María mérito alguno: la santidad concedida a María es sola­mente el fruto de la obra redentora de Cristo, que en previsión de los méritos de la muerte de Cristo la ha hecho santa y pura desde el primer momento de ser concebida.

María, la inmaculada, la sin peca­do, es para todos nosotros doble lla­mada, que coincide con lo que pide nuestra preparación para la llegada del Salvador.

La gracia divina ha hecho surgir a María como una criatura absolutamente pura


La primera es el cultivo en noso­tros de la vida de gracia. Al contem­plar a María Inmaculada aprecia­mos la belleza sin par de la criatura sin pecado, experimentamos la in­vitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vi­vamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los seres humanos te­nemos necesidad de Dios, necesidad de vivir en gracia de Dios para ser real­mente feli­ces.
Para vivir en gracia son necesa­rias la vigilancia y la oración.

La vigilancia porque nuestro enemigo el diablo ronda alrededor de nuestra vida a través del mismo ser del hombre, a través del ambien­te reinante en nuestra sociedad, a través del laicismo y la descristiani­zación, buscando a quien devorar y hemos de resistirle firmes en la fe.

La oración porque, desde ella, re­cibimos la fuerza que viene de Dios y nos hace fuertes para luchar con­tra el poder del enemigo.

La belleza purísima de la Inma­culada, de la sin mancha, debe ser para nosotros un reto y una llamada a vivir nuestra vida cristiana en toda su plenitud, haciendo que en nues­tra vida no reine el pecado, sino la gracia del Señor.

Que María, la llena de gracia nos ayude a vivir así nuestra vida y nuestra fe, para que la salvación que Cristo nos ganó con su muerte y resurrección sea una realidad que ya vivimos en nuestra vida y que poseeremos plenamente cuando el Señor nos llame a poseer plenamen­te el reino eterno y a reinar con Él y con María en el cielo.  
+ Gerardo
Listado completo de Cartas