Cristo, el Hijo de Dios, fue enviado por el Padre Dios para salvar al mundo. Para ello Jesús se hizo hombre en el seno de la Virgen madre y después de 30 años de vida en familia, comienza su vida pública con la elección de aquellos que van a ser los continuadores de su misión.
El cumplimiento de la misión que el Padre le había encomendado de salvar a los hombres le va a suponer ser perseguido, condenado y muerto en la cruz, pero la muerte no fue el final para él, sino que al tercer día resucitó.
Resucitado, se apareció repetidas veces y en diversas circunstancias a los que le habían seguido en su vida, a los que había enseñado todo su mensaje y, cuando ellos habían confirmado su fe en el Resucitado, Cristo los hace depositarios de su misma misión y los envía al mundo: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 29, 19-20).
Cristo, cumplida la misión que el Padre le había encomendado, sube al cielo a la vista de sus discípulos.
La Ascensión del Señor a los cielos significa el tiempo de la Iglesia. Comienza el momento de la misión de sus discípulos que, con la gracia del Espíritu Santo, van a lanzarse valientemente al mundo a predicar el evangelio del Maestro con palabras y signos, bautizando a todos los que lo piden en el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo, conscientes de que no están solos, sino de que el maestro sigue con ellos y los acompaña siempre.
Los discípulos, es decir, la Iglesia primitiva, ha recibido la misión de evangelizar y deben comenzar enseguida, es urgente realizar su misión. Por eso, cuando están viendo irse a Jesús al cielo y se quedan embelesados, necesitan que aquellos dos hombres vestidos de blanco se les aparezcan para decirles: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo» (Hch 1, 12).
La misión que el Señor ha confiado en la persona de los apóstoles a toda la iglesia es su misma misión, la que él trajo a este mundo y que cumplió hasta el derramamiento de la última gota de su sangre por la salvación del hombre.
Ha querido que continuemos realizándola nosotros hoy y a través de todos los tiempos, ofreciendo su salvación a todos los hombres, yendo por el mundo entero y predicando el evangelio.
Esta misión es una misión que Cristo a confiado a toda la Iglesia, es una misión «urgente». No podemos gastar el tiempo ni quedarnos paralizados y ensimismados por las cosas que nos encontremos por el camino.
Lo mismo que aquellos dos hombres vestidos de blanco les dijeron a los apóstoles, nos lo repite el Señor a todos y cada uno de nosotros como seguidores suyos:
¿Qué hacéis ahí plantados, distraídos, ensimismados por tantas cosas, ensimismados y distraídos por el tener, que os desvía de vuestra misión y os hace olvidar el encargo de Cristo ocupados en la lucha por tener más, en pasarlo mejor, o en ser los primeros? Nos recuerda que no podemos olvidar nuestra misión, lo mismo que el caminante no puede quedar absorto por lo que encuentra por el camino y olvidar su destino.
Es verdad que, tantas veces, nos resulta difícil vivir su encargo en medio de un mundo y una sociedad que van por otros caminos y luchan por otros valores e intereses. Pero el Señor no se ha ido huyendo del mundo y dejándonos huérfanos, no. El Señor nos ha prometido: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Por eso, no nos deben asustar las dificultades que encontremos, no debemos sentimos solos. Sabemos que a nuestro lado y por delante de nosotros va el Señor que estará siempre con nosotros y nos acompañará con su gracia.
El Señor no se ha ido huyendo del mundo y dejándonos huérfanos
El mundo sigue necesitando del mensaje de Jesús, cada día más, porque cada día hay más personas alejadas del auténtico camino que lleva a Cristo y a la salvación, alejados de Dios y de lo que Dios nos ofrece y nos pide.
Todos y cada uno de nosotros, como cristianos, hemos de renovar nuestro compromiso de ser seguidores y misioneros de Jesús y su mensaje, porque, aunque nos sintamos pobres y débiles para vivir el envío del Señor y cumplir la misión que nos ha encargado hacer llegar a todos los seres humanos de todos los tiempos y lugares, sentimos la mano del Señor que sigue con nosotros.
El Señor ha ascendido al cielo, se hace presente a través nuestro. Nosotros somos los continuadores de su misma misión, y debemos ofrecer su salvación, la que él nos ganó con su muerte y resurrección, para que todos los hombres, de todos los tiempos puedan salvarse.
Que el Señor, que nos ha hecho seguidores suyos y nos ha confiado su misma misión, nos dé fuerza para ser sus misioneros que cumplen su misión, siendo portadores y transmisores de su mensaje de salvación a todos los hombres de todos los tiempos y lugares.
+ Gerardo
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